El
juego como actividad ocupa un lugar muy importante hoy
tanto dentro del campo pedagógico, psicológico
y artístico no sólo para los niños
sino también para los adultos.
En una sociedad donde está valorizado por encima
de todo el producir los espacios lúdicos cobran
importancia ya que los individuos van perdiendo ese
impulso innato del hombre que es el jugar.
El artista juega con los materiales, el ciéntifico
juega con sus observaciones, el filósofo juega
con las concepciones del mundo, el comerciante juega
con las ideas para vender más sus productos,
y así cada persona que siente interés
por el mundo que la rodea juega de alguna manera con
las posibilidades que le brinda su ámbito.
El sistema socio-económico en el que vivimos
pretende proporcionar a sus miembros la máxima
libertad, pero en la realidad vivimos altamente condicionados
por éste. Como dice Pescetti, "el juego
es una herramienta de la libertad". Como nos vamos
olvidando de jugar, buscamos espacios donde esto esté
habilitado para poder desplegarlo.
Mi concepción respecto al espacio de juego está
vinculada al arte escencialmente . Desde este punto
de vista el foco no puede estar puesto en el resultado;
el objetivo del juego no puede ser otra cosa que jugar.
Seguro que tiene consecuencias 'mensurables" pero
lo más interesante es que permite que la persona
interactúe, asimile, comprenda espontánea
y orgánicamente las posibilidades y los límites
que le ofrece determinado material o propuesta, en definitiva
la realidad. Por supuesto que para que esto suceda debe
haber un marco adecuado: la pauta debe ser clara y precisa
y el ambiente ofrecer seguridad y contención
para poder sentirse libre. Pienso que la labor más
intensa del docente esta puesta en el contexto de juego,
que está dado por el espacio físico, los
materiales o propuestas de cada clase y la mirada. Es
una mirada cargada de experiencia pero que se deja sorprender,
una mirada cargada de afecto pero que puede decir no
cuando es necesario. No a lo que perturba al grupo,
no a lo que resulta peligroso, no a lo que impide que
la actividad fluya. También necesita el docente
una dosis importante de flexibilidad. Los chicos son
implacables cuando algo es aburrido y eso es muy sano.
El director de teatro inglés Peter Brook, un
artista de gran nivel internacional, cuenta en uno de
sus libros que cuando han llegado con su compañía
a los dos tercios de los ensayos y están próximos
al estreno, van a alguna escuela y actúan frente
a los chicos. Los niños les dan rápidamente
la pista de lo que funciona y lo que no, dice él,
porque el teatro no debe aburrir, debe transmitir vida.
Este es un maravilloso ejemplo de alguien que no subestima
a los niños.
Esto es lo que busco cuando elijo música para
mis clases. Todo lo que puedo escuchar, intento compartirlo
con mis alumnos. Puede ser Piazzola, puede ser Manu
Chao, puede ser Mercedes Sosa, puede ser Debussy. Los
chicos reciben lo que les proponemos, y responden a
ello con una gran integridad. Es importante valorizar
esto para que ellos puedan respetar y cuidar su propia
sensibilidad. Disfruto mucho los momentos antes de comenzar
una clase: algunas veces algunas amiguitas llegan 10
o 15 minutos antes y yo estoy en el salón preparando
algo o simplemente observando. Les dejo los materiales
para ver qué hacen espontáneamente, y
es muy notable como enseguida elaboran reglas que les
permiten explorar, ya sea interactuando con otros o
bien disfrutando de jugar solas con algún material.
Ese perderse es tan orgánico, tiene un ritmo
propio, como el mecerse de una hamaca. Es como cuando
llevo a mis hijos a la plaza y nos podemos quedar un
buen rato: comienzan a desplegarse, los veo ser libres,
los veo ser ellos...y sólo era necesario eso,
habilitar el espacio para el juego.
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