EBANO Y MARFIL.
EL PIANO EN LA MÚSICA DEL SIGLO XX

por Silvia Gerszkowicz y Sofía Escardó



John Cage - Piano¿Qué cree que haría usted si le piden la música de un ballet contemporáneo para ensamble de percusión y resulta ser que no cuenta ni con el espacio ni con el dinero suficiente para semejante empresa?

Este mismo dilema, crease o no, fue el puntapié inicial para una de las innovaciones más importantes de la música del siglo XX: el piano preparado. Corría entonces el año 1938 y un joven compositor norteamericano llamado John Cage, estaba trabajando en Seattle, componiendo la música para el ballet "Bachanale" de la coreógrafa Syvilla Fort.

Según sus propias palabras, tanto la música como el baile debían asemejarse a una danza bárbara. Dado que el espacio del que disponían era el de un estudio de danza y sólo contaban con un piano, Cage pensó en la idea de modificar la sonoridad de este instrumento insertando entre sus cuerdas distintos objetos, tales como cáscara de nuez, tornillos, roscas, pedazos de papel, de goma y pernos; logrando de este modo, no sólo que disminuyeran las vibraciones de las cuerdas sino también la obtención de nuevos armónicos según la posición de cada objeto en la cuerda.

La resultante sonora de este primer experimento logró, no sólo asemejarse a la de un ensamble de percusión en cuanto a las cualidades del sonido, en parte melódicas y en parte percusivas y a la variedad tímbrica: sonidos opacos, sordos, brillantes, zumbantes, campanas, gongs, tambores...etc., etc., sino que también abrió el camino para una enorme gama de usos no convencionales de este instrumento.

De hecho, el mismo Cage siguió incursionando y desarrollando esta técnica a través de la incorporación de nuevos timbres hasta culminar en la obra paradigmática para piano preparado: "Sonatas e interludios".

Durante el transcurso del siglo XX, varios compositores se aventuraron en busca de nuevas sonoridades para este instrumento. Henry Cowell, maestro de composición de John Cage, fue quien escribió las primeras obras para ser tocadas directamente sobre las cuerdas del piano y quien comenzó con la utilización de los "clusters" ( sonidos sucesivos sonando simultáneamente. En el teclado se producen golpeando con la mano o el antebrazo), en la década del '20 y el '30 respectivamente.

Más tarde, Conlon Nancarrow, un compositor norteamericano exiliado en México, encargó la fabricación de una pianola con el equipamiento necesario para agujerear los rollos él mismo y poder así reproducir su propia música, de una complejidad extrema para ser interpretada por un solo ejecutante.

Entre otros ejemplos de usos no convencionales del piano, podemos citar la obra "Transición" de Mauricio Kagel (compositor argentino radicado en Alemania) que requiere para su ejecución baquetas de todas clases y tamaños para golpear con ellas directamente las cuerdas del piano.

Históricamente, el piano alcanzó su apogeo durante el siglo XIX, porque se adecuaba perfectamente a la interpretación privada (música de salón y doméstica) y a la expresión individual del sentimiento, valores éstos predominantes durante el Romanticismo.

En el siglo XX, la búsqueda de un nuevo lenguaje y la ruptura con los esquemas formales rígidos, requería de nuevas sonoridades en función también de las nuevas necesidades expresivas.
El piano fue uno de los primeros instrumentos que se vió sometido a la exploración de nuevas formas de toque y a la búsqueda de nuevos timbres; cuestiones que repercutieron directamente en la manera de concebir las obras, tanto para los compositores como para los intérpretes.

Si escucháramos una obra para piano preparado de J. Cage, en cuya ejecución se lograra efectivamente el cometido del compositor, la sonoridad resultante debería ser "la de un instrumento que tenga sus propias y convincentes características y que ni siquiera sugiera un piano". Es decir, algo a lo que nuestros oídos no están acostumbrados a la hora de escuchar una obra para piano. No es a pesar sino a causa de ello, que suele ser una experiencia tan enriquecedora la de zambullirse con oído atento y actitud desprejuiciada en el universo que plantea la música creada por nuestros coetáneos.