La mirada como un espacio de discusión
por Alfredo Staffolani
Hay una pintura que me impresiona.
Lo hace desde hace tres años, cuando compré
el libro que la traía, en la página 27
del anexo "pinturas e ilustraciones". Se trata
de la serie "Siete Últimas Canciones",
de Guillermo Kuitca. En una de ellas, un acrílico
sobre tela de 1986, hay un hombre que viste de negro,
parado en el borde de una sala. Delante de él,
una silla. Hacia la derecha, un cuerpo en el suelo.
Otras sillas dispersas en el salón. Dos o tres
puertas pequeñas (probablemente desproporcionadas)
en los laterales. Rojo intenso.
Desde que supe que estaba en el MALBA (en el primer
piso, en el pasillo paralelo a la escalera mecánica)
la visito. La primera vez que estuve cerca, pude leer
que la frase que en mi anexo de "pinturas e ilustraciones"
es ilegible, dice "yo miento porque mi voz no miente".
Es notable como esa imagen, se completa con lo que dice
de si misma, y me completa, cada vez que vuelvo a ella.
Aún así, intento reproducir el impacto
de esa combinación, y me es imposible.
Me involucro al punto de no poder disociar los elementos
que me permitirían describirla (su textura, los
materiales, el momento en el que fue creada, sus personajes,
la frase) y pienso en la dificultad de construir un
modelo de lectura, en actividades dependientes de la
mirada del otro, tal como sucede en la pintura o el
teatro.
Es en este punto donde la crítica,
debe encontrar el equilibrio. Poder traducir de manera
precisa cada uno de los elementos que dieron origen
a la obra para que el espectador construya su propio
modelo de lectura. Si bien el discurso de la crítica
es argumentativo porque debe generar opinión,
no debería cerrar la posibilidad de que nuevos
discursos pongan en discusión su mirada.
En el caso del teatro, los estilos de época,
las nuevas formas de construir dramaturgias más
cercanas a textos no teatrales y la coexistencia con
las obras de autores clásicos y contemporáneos,
provocan una paleta de colores difíciles de sumar
en una mirada homogénea.
Ricardo Bartis, en Cancha con Niebla (ATUEL, 2003), dice: "Se percibe la carencia de la mirada lúcida de la crítica, que no separe y clasifique de acuerdo a modas conceptuales. Estoy convencido que a partir de los años 80 los intelectuales comenzaron a parecer ministros, es decir, a pensar dentro de los límites de la realidad. El teatro cayó en esa trampa e intentó buscar legalidad, en lugar de afirmar su aspecto minoritario y marginal".
Tal como sucede en la pintura de la serie
Siete últimas Canciones, una imagen podrá
solapar a otra, interna, que a los espectadores no nos
llega directamente, sino a través de cada uno
de los elementos que la obra nos ofrece en su totalidad.
La mirada crítica acompañará la
nuestra, pero solo como un espacio de discusión,
al que podremos volver, tantas veces como nuestra inquietud
lo pidiera.